lunes, 30 de julio de 2018

Por otro lado...

Hay días en los que estás así todo lindo, bello, hecho un galán, con una sonrisa hermosa y una mirada divina; y resplandeces como el sol, y me encantas, y tengo que contenerme para no lanzarme a tus brazos; pero no voy a decir que eso sea amor. Y hay otros días en los que estás hecho un asco, todo ojeroso, deslucido, en decadencia, con una expresión de asustado insuperablemente horrible, pero igual me gustas, y jamás voy a pensar que eso sea amor. Primero creía que esos cambios bruscos se debían al trago y su posterior resaca, porque me han contado… En fin, resulta que finalmente he descubierto tu secreto: lentes, cuadrados y cristalinos, se encargan de hacer la magia.

La verdad, no sé qué verás en mí. Quizás te gusta mi nombre, porque no pierdes ni una para llamarme cada vez que me ves pasar. Quizás te gusta cuando visto de negro, y coincidimos como si nos hubiésemos puesto de acuerdo. O quizás te gusta mi perfeccionismo y carácter obsesivo, aunque te traiga harto, podrido, cansado, de mal humor, te saque de quicio y pongas mala cara. No creo que te guste mi belleza particular y mis extraños modales, aunque muchas veces me pregunto qué sucede dentro de ti cuando, mientras intento explicar, te quedas mirándome directo a los ojos, en silencio, deslumbrado, casi hipnotizado, y me das la razón aún si te dijera que los ornitorrincos vuelan. Pero, claro está, sabes perfectamente que todo eso no es amor.

Y así estamos, hechos unos idiotas, envueltos en un romance terrible, sonriendonos y coqueteandonos a sabiendas que nada es en serio, si no solo un juego, porque ni de chiste existe una oportunidad para un “nosotros”, sencillamente porque ni poniéndolo de cabeza esto puede ser amor. Un enamoramiento vacío, una atracción hueca, una ilusión absurda, pero nunca amor. Para que sea amor nos hace falta mucho: compromiso, decisión, sacrificio, fortaleza, lucha y demás por el estilo, y aquí viene el gran detalle, la justificación por excelencia, la clave de todo: ambos reconocemos (y aceptamos) que ninguno de los dos va a dar ni una pizca de aquello en lo absoluto. La mejor parte: En este proceso nos está faltando bastante poco para no importarnos que esta emoción sin sentido y falto de contenido nos frustre todo tipo de relación fructífera. Como lo diría Vallejo: nada más triste que no haber nacido y ya estar muerto.

Conclusión: Tendremos que arrancarlo de raíz, y si es hoy, mejor.

sábado, 21 de julio de 2018

Una cita

Es una cita, pero en su versión peor. Después del trabajo, en el restobar de la vuelta, a la hora acostumbrada. Llego tarde, toda mi vida he llegado tarde, si saben a lo que me refiero. La verdad, ni siquiera quería venir, pero aquí estoy, hecha una idiota, molesta (conmigo misma, por supuesto).

Y mientras nos miramos y allá afuera los autos pasan y siguen su rumbo, nos vamos alejando cada vez más. Es como si algo se hubiese roto. Es tan horrible. Probablemente este lugar me traiga malos recuerdos para siempre.

Bien, pienso que no deberíamos hacernos esto y también pienso que el amor no se recupera, no el nuestro. Como si nos hubiéramos agarrado a puñetazos y no fuésemos capaces de pedirnos disculpas. Completamente ridículo. Vergonzoso. Humillante.

No hay necesidad de decirse nada, es tan simple como terminar nuestras bebidas y levantarnos de la mesa. Yo me apuro para salir primero. Ir detrás sería demasiado, sería realmente lo último.

Quiero escapar y sin darme cuenta, realmente me estoy escapando, a cada paso cada vez más rápido, y me coge el brazo para detenerme. Yo asiento con la cabeza, ignorando el mensaje, y levanto el brazo para llamar un taxi, y junto con este, la inevitable despedida.

No voy a escribir sobre ese beso, me niego a hacerlo. Sin embargo, mientras regreso a casa, lo primero que hago es sacar el celular y escribir sobre la cita para publicarlo en este blog. Es lo mejor que queda de mí: estas palabras. No sé qué hará él, pero está cerca a terminar.