Aquí estoy, finalmente, (“después de todo, después de tanto”) cansada de estar cansada, porque uno puede llegar incluso a cansarse de estar cansado.
Estoy aquí, en las alturas, atraída por esa voz silenciosa que cada cuanto me llama hacia esta dirección y me invita a una tregua. El cielo poco más alcanzable, los edificios y las autopistas debajo, me alivia. Es extraño, no logro descifrarlo. Detrás del cristal, sobrecogida, me limito a observar, expectante y al mismo tiempo sin la menor idea de nada. Ni siquiera sé bien lo que quiero decir, pero igual deseo intentarlo: Luego de varios días más la suma de otros años desorientada, viviendo dentro del caos de las exigencias y presiones, impulsada por la confusión a veces autogenerada, producto de la inercia de lo cotidiano, etcétera, con solo mirar este paisaje mi mundo se detiene, e inclusive todo es menos malo, hasta mis metidas de pata. Veo esperanza, cosas hermosas y un futuro brillante.
En serio pienso que es Dios hablándome desde otro plano. En este momento no tengo la menor duda de ello. Claro, lo más probable es que mientras baje por las escaleras o por el ascensor olvide por completo lo que pasó y vuelva a la frenética carrera del día a día, por eso lo escribo, para recordar que, aquí, desde las alturas, Dios me ha mostrado la verdad una vez más.
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